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28 de marzo de 2011

Bebida Divina


Según la leyenda popular, la primera creatura que experimentó los efectos estimulantes del café fue una cabra.
Hace muchos años, Kaldi, un joven pastor árabe, advirtió que las cabras saltaban a su alrededor de una manera extraña. Observó que ese comportamiento inusitado ocurría después de que los animales se habían comido las bayas rojas de un árbol poco común. Kaldi, curioso, se comió algunas bayas y comenzó a danzar con los animales.
Sueño profético
Un día un santón musulmán se detuvo a observar al grupo, que brincaba ágilmente. Escuchó la historia de Kaldi y desconcertado, regresó a su mezquita. Esa noche, después de muchas horas de rezar a Alá, se quedó dormido. En el sueño se le apareció el profeta Mahoma, quien le ordenó que reuniera las bayas de Kaldi y las hirviera en agua; la poción resultante mantendría despiertos a las que fueran a orar a la mezquita. Alá estaba irritado por que no oía las oraciones de los fieles, sino sólo sus ronquidos, dijo Mahoma. El santón obedeció el mandato de Mahoma y la cocción fue todo un éxito: la mezquita se hizo famosa por sus prolongadas e infatigables sesiones religiosas.
La fama del elixir se extendió más allá de los templos del Islam. Al poco tiempo, la bebida se encontraba en casi todos los hogares árabes. Como el profeta Mahoma había prohibido el vino, la deliciosa bebida nueva era realmente una bendición, y los árabes lo llamaron vino de Arabia. El nombre árabe del vino es qahway, palabra que finalmente evolucionó a café.
En el siglo XVI los árabes descubrieron que el cafeto guardaba otro secreto: las bayas rojas contenían semillas verdes. Entonces dejaron secar, tostaron, molieron e hirvieron esas semillas en agua y colaron por telas de seda el líquido resultante, que después se volvía a calentar y se servía en tazas de loza con canela o clavo.
Pronto los fieles del mundo islámico cambiaron los templos por las cafés, en donde también se les ofrecían cantos, danzas y juegos. Sumamente alarmados, prominentes jefes religiosos opinaron que el café era una bebida tan impía como el vino y prohibieron su consumo.
Sin embargo, el califa de el Cairo, que era descendiente de Mahoma y gobernante de de buena parte del mundo islámico, era un habitual consumidor de café, y cuando se enteró del decreto, inmediatamente lo abolió.
Gracias a su diligente reacción, el consumo de café floreció de nuevo. Con el transcurso del tiempo, la bebida fue descubierta por los comerciantes europeos que, en el siglo XVII, comenzaron a llevarla en grandes cantidades para refrescar –y estimular- a Occidente.

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