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12 de abril de 2011

La muerte voladora


Un veneno mortífero, benéfico para la medicina.
El más leve rasguño del dardo de punta envenenada lanzado por una cerbatana de un indígena de la cuenca del Amazonas matará en cuestión de pocos minutos. Paradójicamente, en medicina se utiliza este mismo veneno, el curare, para salvar vidas
El poder de esta sustancia tanto para matar como para salvar vidas radica en su capacidad de inmovilizar totalmente los músculos voluntarios.
Potencia medida por los árboles.
La “muerte voladora” o curare ha sido utilizada por los indígenas de Sudamérica durante miles de años. Cuando esta sustancia se introduce en la corriente sanguínea, sus propiedades letales son indiscutibles. NO afecta al corazón, pero al llegar a los músculos que controlan la respiración, los paraliza totalmente. Las víctimas se sofocan, conscientes de su destino. El curare mata a un pájaro pequeño en segundos, a un hombre en 5 minutos y a una res de 500 kg en media hora.
Uno de los primeros exploradores de la cuenca amazónica afirmó que, en cierta tribu. La elaboración del veneno correspondía a las mujeres más feas y viejas; los indígenas consideraban que el veneno estaba listo cuando por lo menos una de las mujeres había muerto por inhalar los vapores.
Tal vez sea más fidedigno el relato de que muchas tribus amazónica clasifican el curare según el número de árboles que salta un mono herido por un dardo envenenado antes de caer muerto. El curare de un solo árbol es el adecuado para la cacería; el de tres árboles es muy débil.
Los expertos en venenos de la tribu son los que elaboran el curare; se sabe que en la mezcla incluyen colmillos e hígado de serpientes venenosas, grandes arañas, alas de murciélago y mandíbulas de hormigas.
Enredadera mortal
Pero el elemento mortífero proviene de la corteza de una planta trepadora: la Strychnos toxifera. Primero los indígenas le quitan la corteza y la muelen; después filtran el agua fría a través de la pulpa fibrosa y hierven el licor resultante para concentrarlo. Finalmente, le añaden la salvia de un árbol para obtener un líquido espeso que se adhiere a las puntas de los dardos.
Los indígenas de la cuenca del Amazonas usan los dardos con cerbatanas de tres metros de largo, hechas con cañas metidas en tallos de bambú. Cada dardo mide unos 25 cm de largo; en un extremo tiene una punta tan afilada como la de una aguja y en otro lleva enrollado algodón silvestre a fin de que ajuste bien en el tubo. Un buen tirador de cerbatana es capaz de lanzar a 90 m de distancia un dardo mortal.
Del veneno a la anestesia.
El curare se conoció en Europa cuando los exploradores del siglo XVI informaron sobre sus efectos, pero las selvas del Amazonas eran tan inaccesibles que los científicos no pudieron investigarlo a fondo antes de mediados del siglo XIX.
En 1510 Juan De la Cosa, ex-geógrafo de Colón, murió a causa de una flecha cuya punta estaba untada con pasta de curare, disparada por cerbatana.
Para 1595 Sir Walter Raleigh escribe la primera descripción de la raiz tupara de la planta Strychnos toxifera y su producto el urari (ourari), conocida más tarde como curare.
En 1856, el biólogo y fisiólogo francés Claude Bernard, menciona en su libro de lecturas "Leçons sur les effets des substances toxiques et medicamenteuses" (1857) que el efecto del curare era debido al bloqueo funcional de la placa neuromotora.
En 1865, Preyer consiguió la primera forma purificada y cristalizada de curare, a la que denominó curarina.
En 1847, los experimentos demostraron cómo actuaba el curare y cómo podía mantener viva a una víctima de envenenamiento por esta doga se le daba respiración artificial. Pero el ingrediente activo no se conocía aún, y la potencia del curare importado de Sudamérica era demasiado variable para producir resultados predecibles.
La primera administración de curare en una anestesia general fue 1912 en un hospital de Leipzig, por el cirujano alemán Arthur Läwen quien administró curarina obtenida a partir del curare de calabaza a 7 pacientes sometidos a anestesia general, para facilitar el cierre de la pared abdominal. Läwen fue el primero en estudiar el curare en experimentación animal, el primero en administrarlo a humanos, y en observar su efecto beneficioso como relajante muscular durante la anestesia general. Läwen dejó de usar el curare por culpa de fallos en el suministro de la sustancia y aunque los resultados fueron publicados en 1912 su contribución a la historia de la anestesia se pasó por alto.
En 1917, el Servicio Secreto inglés evitó la consumación de un atentado contra el primer ministro David Lloyd George. Los conspiradores iban a eliminar al mandatario lanzándole dardos impregnados con curare.
La introducción del curare en la anestesia clínica general ocurrió en 1928 cuando el Dr. Francis Percival de Caux, de origen neozelandés utilizó curare en siete pacientes cuando laboraba como anestesista en el Hospital Middlesex de Londres. Su trabajo no fue ampliamente publicitado y al igual que sucedió con Arthur Läwen, esta contribución para la historia de la anestesia ha sido pasada por alto por la mayoría de los autores.
En 1935, el médico inglés Harold King identificó el agente paralizador del curare; ese mismo año Guillermo G. Klung, un botánico alemán, identificó la planta que es la fuente del agente. Después de eso, la industria ya pudo producir un curare con potencia estándar y quedó abierto el camino para aplicarlo a la medicina.
En 1938 Abraham Elting Bennett usa por primera vez el curare para prevenir el trauma sostenido en pacientes a quienes se les aplica terapia con electrochoques y por administración de pentilenotetrazol (Cardiazol) y así evitar fracturas y luxaciones.
La primera investigación acerca de la fuente del curare en el Amazonas fue hecha por Richard Evans Schultes en 1941. Schultes descubrió que tipos diferentes de curare poseían hasta 15 ingredientes y con el tiempo ayudó a identificar más de 70 especies que producían la droga.
Posteriormente, el 23 de enero de 1942, y gracias al Dr. Harold Randall Griffith y a la Dra. Gladys Enid Johnson, ambos de Canadá, el curare se utilizó con éxito en un paciente al que se le practicó una apendicectomía.
Durante algún tiempo en los años 40, el curare fue utilizado como «anestésico» en operaciones realizadas a niños, de modo que, paralizada la acción de los nervios sobre los músculos, la agonía que realmente experimentaban no tenía modo de hacerse manifiesta al cirujano en esa época.1 También se ha empleado en tratamiento de convulsiones o espasmos musculares, en síndromes neurológicos que cursan con hipertonía muscular. Actualmente su única utilización es en anestesia para obtener una relajación muscular durante la cirugía. Los relajantes musculares que se utilizan hoy en anestesia ya no son derivados de la D-tubocurarina sino sintetizados artificialmente y con un mejor perfil farmacológico como son: el Vecuronio, el Atracurio, el Cisatracurio o el Rocuronio.

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